El sentido perdido de la política: del "por qué" al "para qué" La política, en su esencia más pura, es el arte de servir.
Es un instrumento poderoso para construir sociedades más justas, garantizar derechos y promover el bienestar común. Sin embargo, en los tiempos actuales, esa esencia parece haberse diluido.
Los cargos públicos se han convertido en herramientas para fines personales o partidistas, olvidando que su verdadero propósito es aportar a la ciudadanía.
Esta reflexión es un llamado a repensar nuestra política y a recuperar su auténtica misión: servir al pueblo con visión, altura y propósito.
El desvío de la esencia política En su origen, la política nació como un medio para organizar a la sociedad y procurar el bien común.
Los líderes eran elegidos por su capacidad de representar los intereses de sus comunidades y de trazar caminos hacia el progreso.
Hoy, esta visión parece haber sido desplazada por una política del “por qué”:
• ¿Por qué llegar a un cargo?
• ¿Por qué mantener el poder?
• ¿Por qué consolidar una posición política?
Preguntas que, aunque válidas en ciertos contextos, no deberían ser el eje central de quienes asumen un cargo público.
El foco debería estar en el “para qué”:
• ¿Para qué tengo este puesto?
• ¿Para qué debo ejercer este poder?
• ¿Para qué liderar un proyecto de gobierno?
La política ha perdido altura porque se ha fragmentado en intereses individuales, olvidando que el único fin legítimo de un cargo público es aportar al bienestar colectivo.
La política del bienestar común El propósito de cualquier funcionario o representante debe ser claro: mejorar la vida de las personas.
Esto implica trabajar con honestidad, con un plan de acción sólido y con una visión que trascienda intereses electorales o partidistas.
La política de altura no se define por el cargo que se ocupa, sino por el impacto positivo que se logra en las comunidades. Una política verdaderamente significativa:
1. Crea bases sólidas para el futuro: Las generaciones actuales tienen la responsabilidad de trazar el camino para las futuras.
Un buen líder político no solo resuelve los problemas del presente, sino que deja un legado de instituciones fuertes, políticas públicas efectivas y una sociedad más equitativa.
2. Promueve la unidad y no la división: La política no debe ser un campo de batalla, sino un espacio para construir acuerdos que beneficien a todos.
La polarización solo perpetúa el estancamiento y la desconfianza.
3. Prioriza la ética y la integridad: Un político de altura entiende que la confianza ciudadana es su mayor activo y que cada decisión debe tomarse pensando en el bien común, no en los beneficios personales.
El impacto en las generaciones futuras Una política con visión y altura no solo beneficia a la ciudadanía actual, sino que sienta las bases para las generaciones futuras.
Cuando los líderes trabajan con un enfoque claro en el bienestar colectivo, enseñan a las nuevas generaciones que la política puede ser un camino honorable y trascendental.
Sin embargo, cuando los políticos priorizan la retórica vacía, la lucha por el poder o los intereses mezquinos, dejan un vacío que perpetúa el desencanto social y fomenta una cultura de apatía e indiferencia.
Conclusión
Es momento de devolverle a la política su propósito original.
Quienes ocupan un cargo público deben recordar que su labor no es un privilegio, sino una responsabilidad sagrada.
La ciudadanía también tiene un papel crucial: exigir una política de altura, rechazar el conformismo y valorar a los líderes que actúan con integridad y visión.
La política puede y debe ser una herramienta para el cambio positivo.
Solo así podremos construir una sociedad más justa y próspera, donde el bienestar común no sea un ideal perdido, sino una realidad palpable.
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